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viernes, 15 de febrero de 2013

La “Stravaganza” de Alberto Hernández


Giuseppe Campolo

                                                             Traducción libre: Fernando Gerbasi




Se preguntarán por qué el título. Si no lo hubiesen sacado de una de las primeras poesías del poemario, en el que el misterio del ciclista amalgama el “tiempo del Coliseo” con el “humo de los motores” –dedicado a Luis Tejada “que vivió en Italia” – si por lo tanto “Stravaganza” no tuviese su origen tan fácil de encontrar y concreto, si no fuese porque “el ruido alcanza el grito de un hombre desgarrado” (el grito de hoy y el grito en la fosa de los leones), parecería un distintivo impuesto con distancia critica, en el momento de entregar el manuscrito para su publicación. Pensamos que quizás con una dubitativa timidez, una mirada auto-irónica, de una aventura peligrosa del pensamiento acabado.


Pero que el Autor hubiese podido haber sentido una dosis de extrañeza en este trabajo suyo, que la haya quizás buscado, es una casualidad de nuestra imaginación. No se trata en realidad de extravagantes   componentes, porque ellos hacen parte de un único comportamiento del espíritu y tienen una cierta unidad estilística. Usando una métrica vanguardista, de aquella vanguardia perdida pero que permanece cercana, como una nostalgia, y que todavía ejerce una atracción que a pocos deja inmunes. El no es para nada un destructor, pues nada está descompuesta en la lirica; es el equilibrio el que reina, junto a aquel  suspiro participativo que es la marca extrema de la poesía. Nada es mas seguro que su fidelidad al ideal estético, en su fingir de infidelidad al ritmo,  que va por recorridos planos y luego invierte en sincopes improvisados, o en el querer aparecer como rebelde a los cánones de los versos, que escoge y libera y anarquiza, sin que se vislumbre al final una desacralización  del inquieto canto.


Hernández es pelegrino melancólico de la preocupada historia de Italia, “sentado en los escombros de mi memoria”, románticamente replegado sobre el trágico caleidoscopio de aquello que fue. El agudo sentimiento del poeta no encuentra redención en lo humano, ni una formula de la esperanza, porque nada deriva de la sangre y la cultura es anhelo: la Historia es su historia.  Y la desenvoltura temporal que es síntesis de la mente y libertad del espíritu, tiene el atractivo adicional de la mirada de un clarividente que tiene palabras para lo inatrapable.


(Antecede el poema Vibonati). El conjunto de casas en el valle de montes selváticos que es Canoabo, un paso al norte de Valencia y uno al oeste  de Puerto Cabello, es el ombligo del mundo del cual  el poeta hace relación de amor con Vibonati, portal de Italia y nudo universal del naufragio. Ese Juan Bautista que inmigra a Canoabo, pero nacido en Vibonati, no es otro que el padre de Vicente Gerbasi (“Padre de mi soledad/ Y de mi poesía”), gran poeta de quien no por casualidad el nuestro retoma emblemáticos versos; y, casi como una especie de identificación. Alberto Hernández, al igual que Vicente, vive Italia como suya, ama y obtiene  inspiración de nuestros poetas del siglo XX. Una poesía compleja y rica de referencias. Las dedicatorias son particularmente significativas.


Dante, Petrarca, Ungaretti, Quasimodo, Saba, Montale, Pasolini, Bocaccio, Cicerón son los poetas y hombres de letras de los cuales contempla aquello que en lo alto permanece. Escruta el respiro de las ciudades: Arles por donde "empieza Roma», Novara ( "Quien me sigue sabe de mi osadía." "), Bari, Módena ( "yo la vi en mi total ausencia"), Bolonia ( "mi adolescencia duele."), Milán ( "Supe de Santa Maria de Gracia / mientras el mundo destrozaba / la calle que perdimos entre las manos"), Venecia donde no fue nunca, y "qué cosa probará / Messina en el costado?" . También en la música revive a Italia, espejo del cosmos: Vivaldi ( "el cielo / se recoge en su única estación"), Verdi, ( "un salto para evadir el reloj parado"). Evoca artistas y personajes que han caracterizado su tiempo y el nuestro, junto con los héroes de la libertad y la compasión. Una reevaluación amorosa y conmovedora de la fascinante Italia: un examen de conciencia del fin del tiempo, con un legado de suave angustia en un   libro cerrado.



Stravaganza, del venezolano Alberto Hernández, publicado en Italia

En diciembre de 2012 fue publicado en Italia el poemario Stravaganza, del poeta y narrador venezolano Alberto Hernández, por el sello Eva Edizioni, como parte de su colección “Estrella Verde”, que es dirigida por Gerardo Vacana.

Traducido por Teresa Albasini Legaz, el libro de 120 páginas, una “crónica de viajes” según la editorial, ofrece una profunda observación poética de la península itálica a través de su historia y de sus expresiones artísticas —desde la arquitectura hasta la música—, y captura la esencia de Roma, Novara, Bolonia, Bari, Módena, Florencia y otros derroteros del país.

También se ocupa Hernández de estadistas, conquistadores y personalidades de la cultura italiana como Cicerón, César, Francisco de Asís, Giotto, Dante, Petrarca, Boccaccio, Vasari, Savonarola, Verdi, Ungaretti, Montale y Pasolini, entre otros, que han dejado huellas imborrables en la historia.

Nacido en Calabozo, Guárico, en 1952, Hernández es periodista y pedagogo. Tiene un postgrado en literatura latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar (USB) y fue fundador de la revista Umbra. Reside en Maracay, Aragua, donde dirige el suplemento cultural Contenido, que circula en el diario El Periodiquito.

Ha publicado, entre otros títulos, los poemarios La mofa del musgo (1980), Amazonia (1981), Última instancia (1989), Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989), Bestias de superficie (1993), Nortes (1994) e Intentos y el exilio (1996), el ensayo Nueva crítica de teatro venezolano (1981), el libro de cuentos Fragmentos de la misma memoria (1994) y el libro de crónicas Valles de Aragua, la comarca visible (1999), los ensayos aforísticos Poética del destino (2011), el libro de cuentos Relatos fascistas (2021).




La “Stravaganza” di Alberto Hernández

Ci si domanderà ragione del titolo. Se non fosse tratto da una delle prime poesie della raccolta, dove il mistero dei cicli impasta il «tempo del Colosseo» con il «fumo dei motori» – dedicata a Luis Tejada «che visse in Italia» – se dunque “Stravaganza” non avesse un’origine cosí rintracciabile e concreta, se non fosse che «Il rumore raggiunge il grido di un uomo straziato» (il rumore di oggi è il grido nella fossa dei leoni), parrebbe una targa imposta con distacco critico, nel momento di licenziare il manoscritto per la pubblicazione. Ci figuriamo quasi una dubbiosa timidezza, uno sguardo auto-ironico, a rischiosa avventura del pensiero conclusa.
Ma che l’Autore abbia potuto sentire una dose di bizzarria in questo suo lavoro, che l’abbia forse ricercata, è un azzardo della nostra immaginazione. Non si tratta infatti di estravaganti componimenti, perché essi fanno parte di un unico atteggiamento dello spirito ed hanno una certa unità stilistica. Usando una metrica d’avanguardia, di quell’avanguardia perduta ma rimasta cara, come una nostalgia, e che tuttora esercita un’attrazione e pochi lascia immuni, Egli non è mica un decostruttore, e nulla c’è di scomposto nelle liriche; e l’equilibrio vi regna, insieme a quell’afflato partecipativo che è il marchio estremo della poesia. Nulla è piú sicuro della sua fedeltà all’ideale estetico, nel suo fingersi infedele del ritmo, che manda per percorsi pianeggianti e poi storna in sincopi improvvise, o nel voler figurare ribelle ai canoni del verso, che scioglie e libera e anarchizza, senza che si ravvisi infine alcuna dissacrazione nell’inquieto canto.
Hernández è pellegrino malinconico nella travagliata storia d’Italia «seduta sulle macerie della mia memoria», romanticamente ripiegato sul tragico caleidoscopio di ciò che è stato. L’acuto sentimento del poeta non trova riscatto dell’umano, né una formula della speranza, giacché nulla argina il sangue, e la cultura è struggimento: la Storia è la sua storia. E la disinvoltura temporale, che è sintesi della mente e liberà dello spirito, ha il fascino aggiuntivo dello sguardo di un veggente che ha parole per l’inafferrabile.
«Cade l’universo su Canoabo. / Il poeta modella l’argilla di un itinerario: / guada verso il ponente degli Appennini / dove Vibonati plasma il foglio della poesia. / Il pane e il vino risolvono la memoria di Giovanni Battistia, / l’immigrante. /L’Italia entra ed esce dal tropico febbrile.» Il grumo di case a valle di monti selvosi che è Canoabo, un passo a nord di Valencia e uno a ovest di Puerto Cabello, è l’ombelico del mondo da cui il poeta fa perno d’amore in Vibonati, portale d’Italia e nodo universale del naufragio. Quel Giovanni Battista, immigrante a Canoabo, che è nato però a Vibonati, è padre di Vicente Gerbasi («Padre della mia solitudine. / E della mia poesia.»), grande poeta di cui non a caso il nostro riprende emblematici versi; e, quasi per una sorta di identificazione, Alberto Hernández, al pari di Vincente, vive l’Italia come sua, ama e attinge ispirazione dai poeti del nostro Novecento. Una poesia complessa e ricca di riferimenti. Le dediche particolarmente significative.
Dante, Petrarca, Ungaretti, Quasimodo, Saba, Montale, Pasolini, Boccaccio, Cicerone sono i poeti e uomini di lettere di cui contempla quel che di alto rimane. Scruta il respiro delle città: Arles da dove «comincia Roma», Novara («Chi mi segue sa del mio coraggio.»), Bari, Modena («Io la vidi nella mia totale assenza»), Bologna («La mia adolescenza duole.»), Milano («Seppi di Santa Maria delle Grazie / mentre il mondo distruggeva / la strada che persi tra le mani»), Venezia dove non fu mai, e «cosa proverà / Messina sul costato?». Anche nella musica ravvisa l'Italia specchio del cosmo: Vivaldi («il cielo / si raccoglie nella sua unica stagione»), Verdi, («un salto per evadere l’orologio fermo»). Evoca artisti e personaggi che hanno caratterizzato il loro tempo e il nostro, insieme agli eroi della libertà e della compassione. Una riconsiderazione amorosa e struggente del fasciame Italia: un esame di coscienza di fine tempo, con un retaggio di soave angoscia a libro chiuso.

Giuseppe Campolo

Alberto Hernández, Stravaganza, Edizioni Eva, collana “Stella verde”, diretta da Gerardo Vacana, Venafro, 2012, Trad. di Teresa Albasini Legaz, con testo spagnolo a fronte, pp. 120, € 12,00.

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